Mientras escucho el sordo eco que produce mi respiración por el cubrebocas y la careta, miro los carteles amarillos que me recuerdan que estoy en zona de alto contagio, media cuadra después llego al puesto de verduras de Doña Lucía. Está aquí, con su nieto de 7 años y su hija a quien le urge una operación neurológica que ha tenido que ser pospuesta debido al COVID. Ha subido su puesto a la banqueta y ha cerrado el local con la mesita del puesto. Dentro del local, sus cubrebocas y la mesa son lo único que los distancia y protege en una zona que ha sido declarada en semáforo rojo. No queremos hablar de lo mismo, su esposo murió hace apenas tres meses, cuando todo esto empezó.
Cuenta Doña Lucía: “Pasaron los del censo del apoyo para que cerráramos el puesto, pero a nosotros no nos quisieron censar, tampoco a mi otro familiar que vende pan y gelatinas en esta misma banqueta por la noche. Que no, que nosotros no lo necesitábamos, que a nosotros no se nos aglomera la gente… ¡aaaah! pero a los fifís del local de allá, que es propio, ya mañana les depositan. Pues qué ¿Creen que estoy aquí por gusto? ¿creen que nos gusta venir a exponernos? Si aquí nada más en esta cuadra sé de montones de casos, hoy mismo nos avisaron que murieron dos chicos del mercado”. Suspira largamente y continúa. “Hasta parece que me iban a dar el dinero de su bolsa”. Evade la tristeza cambiándola por enojo. “Pero les dije, ¿Ustedes son los que van a decidir quién sí y quién no? O sea, ya regresamos a lo mismo, porque no nada más es esto, mi compadre que trabaja en un tianguis me acaba de contar: su líder tramitó el apoyo para los tianguistas y resulta que en la página dice que a él ya se lo dieron, la cosa es que su líder no le ha dado ni un peso. ¿Pos no que eso se iba a acabar?”.
Le digo que llame, que se queje, de ese apoyo depende que se puedan dar “el lujo” de resguardarse como debiera hacer ella y su familia. Me mira, así como con desgano. La tristeza y el enojo hacen que se vuelva más complicado atreverse, todo se mira más como pérdida de tiempo. Busco los lineamientos del proyecto, ahí no dice que a unos sí y a otros no. Doña Lucía, igual que muchos otros que venden sobre esta calle, cumplen los requisitos. Están más apurados por seguir y no enfermarse, porque si es así ¿Qué van a comer?
Como decimos por acá: “fórmulas mágicas no hay”. Ojalá no fuera así, pero las cosas se van a poner peor. La única manera para que enfrentemos esta situación de manera más digna es si nos solidarizamos entre nosotros y nos juntamos para luchar. Son muchas las personas que, esperanzadas, votaron por Obrador para eso, para que se acabaran los condicionamientos, los “moches”, ahora empiezan a dudar.
Cada suspiro de resignación significa un golpe para el pueblo trabajador. Es cierto, los trabajadores estamos desgastados y muy apurados, pero permitir esas cosas y dejarlas pasar, implica que cada vez nos vaya peor. ¿Cuál es la tarea? Infundir fuerzas y coraje, convencer, escuchar, argumentar, quejarse y denunciar.
La salud y la vida es algo que vale mucho la pena, vale todas nuestras fuerzas, vale todo nuestro coraje. ¿Y si sale peor? Peor no puede salir, porque peor ya estamos. Y si entre todos nos acompañamos y apoyamos, podemos conseguir aquello por lo que luchamos. ¡Qué nos hacemos, si nosotros no le sacamos a la “chinga” diaria! Si sabemos sacar fuerzas quién sabe de dónde, porque lo hemos hecho toda la vida. Los abusos de las autoridades en realidad, si lo decidimos, ¡Nos harán los mandados!
¡Ni un paso atrás en la lucha por condiciones dignas para el pueblo trabajador en medio de la pandemia!
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Si estamos aquí, es por necesidad
Domingo 9 de agosto de 2020
¡Qué viva la solidaridad entre el pueblo trabajador!