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Francisco y el Comité Cerezo: En defensa de la dignidad ante la injusticia

Martes 7 de noviembre de 2017, por Comité Cerezo México

Por Raúl Parra

El 13 de agosto de 2001 los hermanos Héctor, Antonio y Alejandro Cerezo Contreras fueron detenidos en su domicilio de Xochimilco, acusados de daño en propiedad ajena y transformación de artificios. Un juez les dictó auto de formal prisión por los delitos de terrorismo, delincuencia organizada y almacenamiento de armas y cartuchos de uso exclusivo del Ejército. El 17 de agosto fueron trasladados al penal de máxima seguridad de La Palma ―hoy Altiplano―, en Almoloya de Juárez. Ante la injusticia, su hermano Francisco decidió no quedarse callado.

Memorias de una infamia

Me reúno con Francisco Cerezo Contreras un miércoles en la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) de la UNAM. Nos vemos en la cafetería que atiende y, haciendo gala de uno de los principales valores que enarbola, el de la solidaridad, me ofrece café. Yo le agradezco y lo sigo a través del pasillo. Llegamos a una plaza enmarcada por el edificio anexo de la Biblioteca “Samuel Ramos” y nos disponemos a conversar.

“El 8 de agosto del 2001 explotaron tres petardos en tres sucursales de Banamex en la Ciudad de México, cinco días después detuvieron a cinco personas: tres de ellos eran mis hermanos, bueno, son mis hermanos”, recula Francisco Cerezo al recordar que, a pesar de todos los agravios sufridos, ellos siguen vivos. Así comienza la reconstrucción de un hecho que marcó su vida y la de su familia y desembocó en la fundación de una organización defensora de derechos humanos: el Comité Cerezo México.

Las Fuerzas Armadas Revolucionarias del Pueblo (FARP) se atribuyeron el atentado a través de un comunicado y, a pesar de que ellas mismas negaran que, tanto Héctor (22), Antonio (24) y Alejandro Cerezo Contreras (19), como Pablo Alvarado Flores y Sergio Galicia Max formaran parte de sus filas, todos ellos fueron apresados y torturados por elementos de la ―hoy extinta― Policía Judicial Federal (PJF) y el Ejército mexicano.

En esa época Francisco tenía 26 años y cursaba la última etapa de la licenciatura en Pedagogía en el Sistema de Universidad Abierta (SUA) de la Facultad de Filosofía y Letras. “Yo estaba aquí terminando la carrera y fue mi primer día de servicio social, entonces estuve aquí en Educación a Distancia, salí de ahí como a las 12, me dio flojera ir hasta la casa de mis hermanos, mejor me fui al cine y nada más por eso no me detuvieron, fue una cuestión circunstancial”, exclama impávido, consciente de la suerte que corrió aquel día.

La fraternidad impostergable

La fraternidad es “la amistad o afecto entre hermanos”, y eso fue precisamente lo que mantuvo a flote a los miembros de la familia Cerezo Contreras, tanto el afecto de quienes se encontraban recluidos en Almoloya, como el de quienes los apoyaban desde afuera. Emiliana fue a visitarlos desde los primeros días al penal, mientras que Francisco se mantuvo escondido durante dos semanas en casa de una amiga y solicitó un amparo en el Juzgado Quinto en Materia Penal del Distrito Federal para evitar ser detenido.

Ante la orfandad en que los dejaron las organizaciones defensoras de derechos humanos y las instituciones autónomas del propio Estado, las cuales se negaron a llevar el caso de sus hermanos, Emiliana y Francisco, los mayores que no habían sido aprehendidos, tuvieron que exigir justicia por sus propios medios.

“Sólo una organización, la Liga Mexicana por la Defensa de los Derechos Humanos (Limedh) fue la única que nos dijo: ‘Nosotros podemos acompañar el caso, pero como somos una organización muy pequeña, con muy pocos recursos, si ustedes no lo hacen nadie lo va a hacer’. Nosotros éramos los que teníamos que hacer el trabajo de derechos humanos y la Limedh nos avalaba con el prestigio que tenía”, expresa Francisco con gratitud y el atisbo de una sonrisa en el rostro.

“También pudimos decidir seguir nuestra vida ―continúa―, yo acabar mi carrera y que mis hermanos salieran cuando pudieran, pero somos una familia bastante unida y dijimos: ‘Vamos a estar con ellos porque es nuestra familia y porque no hicieron de lo que los acusan’, eran inocentes”.

Gracias a la solidaridad de familiares, compañeros y otros estudiantes, desde la primera semana de la detención nació el Comité por la Libertad de los Hermanos Cerezo, Pablo Alvarado y Sergio Galicia Max. Su fundación fue encabezada por Emiliana y Francisco Cerezo Contreras y en un primer momento, su misión era la que estaba inscrita en su nombre: conseguir la excarcelación de sus hermanos. Para febrero de 2009 ya lo habían logrado; todos estaban libres.

Pero una vez que los hermanos fueron liberados, el Comité no detuvo sus actividades. Al contrario, amplió su área de trabajo y se dedicó a promover la liberación de todos los presos detenidos injustamente por motivos políticos y de conciencia en México. Llegó a tener sucursales en Guadalajara, Oaxaca, Xalapa, Puebla y Montreal, Canadá. Hoy sólo queda la matriz: el Comité Cerezo México, organización especializada en documentar y acompañar casos de ejecución extrajudicial, desaparición forzada, detención arbitraria y presos políticos en el país.

Además de ser uno de los fundadores, Francisco Cerezo es el principal dirigente y responsable del área de sistematización del Comité; se encarga del registro y la documentación de todos los casos que acompañan. “Soy el coordinador general por una circunstancia: soy el único que no estuve preso y que me mantuve en la organización”, puntualiza con escepticismo mientras arquea las cejas.

La detención de Héctor, Antonio y Alejandro Cerezo fue un cataclismo para la familia. Implicó un giro de 180 grados en la vida de su hermano Francisco, quien hizo una “renuncia altruista”, lo que en la jerga psicoanalítica significa la abdicación de los anhelos y ambiciones propios en favor de los de los otros. En ese momento no había nada que sus hermanos anhelaran más que la libertad y por eso se empeñó en conseguirla para ellos, porque al fin y al cabo, para él eso es la solidaridad: “Dar algo sin esperar nada a cambio”.

“No terminé la carrera, suspendí el servicio social, abandoné la tesis y me dediqué de tiempo completo a lograr la libertad de mis hermanos”, expresa Francisco, sin el más mínimo signo de arrepentimiento. “No te queda de otra, es tomar una decisión y aceptar los costos de esa decisión, en ese momento decidimos sacar a mis hermanos de la cárcel, todo lo demás era secundario”, concluye con tesón.

La guerrilla subyacente

Para Francisco, el encarcelamiento no fue un hecho inocuo, sino que se trató de una estrategia bien planificada para mandar un mensaje de amedrentamiento a todos los movimientos estudiantiles y sociales y dotar de legitimidad a un gobierno que había llegado al poder tras la alternancia política que había acaecido recientemente en México.

De acuerdo con su testimonio, todas las pistas apuntan a que la aprehensión de sus hermanos fue una medida que implementó el gobierno federal para presionar a sus padres, Francisco Cerezo Quiroz y Emilia Contreras Rodríguez, presuntos miembros del Ejército Popular Revolucionario (EPR), una organización guerrillera radicada en los estados de Guerrero, Oaxaca y Chiapas.

“Mis hermanos son rehenes del Estado mexicano y están presos para que las autoridades puedan detener al profesor que investigaban los agentes de la Policía Federal Preventiva (PFP), cuyo nombre es Francisco Cerezo Quiroz y también es nuestro padre”, le dijo el hijo homónimo a Jaime Avilés hace 13 años, en una nota que se publicó en La Jornada el 30 de noviembre de 2004.

“A través de las filtraciones del Cisen (Centro de Investigación y Seguridad Nacional) y la inteligencia militar, lo que decían es que somos hijos de perseguidos políticos de los años 70”, declara Francisco Cerezo sin ningún dejo de temor o vergüenza. Al contrario, se siente orgulloso de la labor que hicieron sus padres en favor de los movimientos sociales y las enseñanzas que les legaron, a pesar de que hace ya 27 años que no los ven, porque un día de 1990 se fueron sin decirles a dónde.

Refiere que sus padres siempre les enseñaron a ser autosuficientes, a no depender de nadie. Su padre, Francisco Cerezo Quiroz, fue profesor de secundaria, preparatoria y de Filosofía en la UNAM, además de practicar la carpintería y la albañilería. Incluso construyó con sus propias manos la casa a la que se mudaron en la colonia Peña Alta de la delegación Tlalpan. Defensor de luchadores sociales, como Luis González de Alba y Gabriel Vargas Lozano, acompañó al movimiento campesino en sus litigios por tierras.

Su madre, Emilia Contreras Rodríguez, fue educadora y defensora comunitaria de propiedades. Junto con las demás vecinas del pueblo de San Juan Ixtayopan de Tláhuac, logró detener la demolición de las viviendas que pretendían llevar a cabo las autoridades delegacionales en la colonia Peña Alta, cuenta Francisco.

Sobre los nexos que las autoridades trataron de establecer entre sus hermanos y grupos guerrilleros, concluye: “Como el grupo que se había adjudicado esos atentados eran las FARP, dijeron: ‘Ah, entonces son de las FARP’. Pero resulta que las FARP no tenían ninguna relación, era una escisión del grupo donde dicen que mis padres militan, y luego cuando explotaron unos petardos en Morelos decían que eran igualitos a los que habían hecho mis hermanos, entonces resulta que mis hermanos eran todos los grupos armados en México”, ironiza sonriente.

Amenazas y hostigamiento

Francisco Cerezo Contreras es un hombre afable. Moreno, de estatura promedio y cabello corto y negro, lleva una piocha ―barba únicamente en el mentón― en el rostro. Porta una playera azul cielo con la leyenda “El sueño de libertad de un pueblo es la peor pesadilla del capitalismo” y, a pesar de todas las adversidades vividas, no ha perdido la jovialidad ni el sentido del humor. Incluso hace uso de él para hablar de los temas más delicados, como las amenazas de muerte.

“Cuando recibes una amenaza de muerte es como cuando te enamoras: sientes mariposas en la panza, nunca es igual y no sabes lo que va a pasar”, expresa estoico Francisco, con una sangre fría que estremece hasta la médula.

Desde que iniciaron con la organización, Francisco y Emiliana comenzaron a sufrir acoso policial, espionaje y hostigamiento ilegal. “En diciembre de ese mismo año 2001 tuvimos la primera amenaza de muerte; fue telefónica, nos dejaron un mensaje en la grabadora de la casa: una voz de una muchacha alcoholizada diciendo que nos iban a partir la madre”, declara y pierde la vista en el horizonte.

Por esa razón, y ante una petición expresa realizada por la Limedh, desde febrero de 2002, Brigadas Internacionales de Paz (PIB, por sus siglas en inglés), una organización internacional protectora de defensores de derechos humanos y promotora de la resolución no violenta de conflictos, acompaña a Emiliana, Alejandro y Francisco Cerezo Contreras en diferentes gestiones y en sus traslados dentro y fuera de la Ciudad de México.

También por intermediación de la Limedh, ese mismo año Francisco tuvo medidas cautelares de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) por amenazas de muerte. Luego se las retiraron y desde 2006 lleva 11 años con medidas cautelares ininterrumpidas. “Es decir, llevamos 11 años bajo riesgo”, aclara con mesura.

“Y a través de ellas es que aprendimos todo lo que es la seguridad para organizaciones y defensores de derechos humanos. Fuimos la primera organización que dio esos talleres a mexicanos y somos especialistas en análisis de riesgo por lo que hemos vivido; llevamos ya 15 amenazas de muerte y esperamos juntar muchas más”, sentencia con una firmeza, sin ningún vislumbre de miedo o temor.

Un proyecto de vida inesperado

La conversación fluye como un río, Francisco habla con la elocuencia que le han dejado 16 años de experiencia en la incidencia pública. El bullicio de los alumnos reverbera en el ambiente; a ratos nos interrumpen los coros de los estudiantes de Teatro, que ensayan en sus salones. Francisco se detiene un instante y continúa.

“Es un proyecto de vida ―dice sobre la labor que realiza―, aunque yo haya tenido uno anterior y no tiene nada qué ver con éste, por unas circunstancias, porque tampoco lo escogiste, son las circunstancias las que te obligan y tú eres el único que puede determinar si aceptas o no esas circunstancias”. Francisco las aceptó.

El proyecto anterior al que se refiere, involucra un cúmulo de trabajos: Francisco colaboró en la Casa de la Cultura Ricardo Flores Magón, trabajó en el Papalote Museo del Niño, filmaba videos y, junto con su hermano Héctor, hacía unas artesanías que posteriormente vendía en la UNAM. Viajó dos veces a Estados Unidos y asistió a un Congreso de Pedagogía en Cuba.

En la actualidad, luego de tres lustros de existencia, el Comité Cerezo continúa con su labor, aun cuando ni siquiera cuenta con personalidad jurídica. “No somos AC, no somos nada. En un inicio lo hicimos como una cuestión de decirle al Estado: ‘No necesitamos ni siquiera que nos reconozcas para hacer el trabajo que estamos haciendo’, ya después descubrimos que sale caro y como somos una organización que tampoco tiene financiamiento, no quisimos protocolizarnos para convertirnos en una AC”, confiesa Francisco Cerezo en un tono jocoso.

El Comité Cerezo es una organización autogestiva. El hecho de poder mantenerse luego de 16 años a pesar de no contar con financiamiento se debe a los proyectos económicos que han realizado sus miembros. El primero de ellos fue la venta de los juguetes de sus sobrinos en un mercado. Después Francisco y Emiliana viajaron a comunidades de Oaxaca para comprar café y venderlo en la Ciudad de México, pero descubrieron que eso tampoco era redituable.

“Entonces pusimos una cafetería en la Facultad de Filosofía y Letras; en el 2002 iniciamos una cafetería y es el proyecto económico fundamental que nos permite, a los que somos tiempo completo en la organización, recibir 500 pesos a la semana para poder sobrevivir. Todo lo demás lo tenemos que conseguir a través de la solidaridad de la gente”, explica Francisco con humildad.

“Yo estudié Pedagogía y me dediqué a hacer talleres y escuelas de derechos humanos, que son las que tenemos en la organización”. Este año, el Comité Cerezo impartió la séptima Escuela General de Derechos Humanos en un aula ubicada en La Raza que, siguiendo el ejemplo de su padre, ellos erigieron desde los cimientos.

Cuestionado sobre sus motivaciones para continuar, Francisco responde sin titubear: “Queremos que nuestra experiencia sirva para que otros no tengan que vivirla tal y como nosotros la vivimos. Hemos aprendido que si dejamos de hacer lo que hacemos, otra gente sigue sufriendo las mismas cosas, tampoco te deja opción”.

El cerezo es un árbol oriundo de Asia que cada año ofrece un espectáculo visual impresionante. Tras perder todas sus hojas en invierno, en primavera nacen sus bellas flores rosadas; pequeños capullos comienzan a brotar de sus ramas hasta cubrirlas por completo. Eso fue lo que pasó con los hermanos Cerezo, ante la injusticia y la pérdida de libertad que padecieron, floreció una organización solidaria que aboga por la dignidad humana y ha permeado al resto de la sociedad mexicana. “Es una pelea política por la legitimidad y la justeza de lo que estamos haciendo”, arguye Francisco, quien continuará hasta que la dignidad se haga costumbre en México.


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